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Tres películas, seis horas (“Paraíso” de Ulrich Seidl). Trilogía en una tarde apacible en la Cineteca de Monterrey, Nuevo León: imágenes, narrativa, ideas que abren heridas, perforaciones, hiancias que nunca han cerrado, somos todos esos sujetos y esas circunstancias, globalidad rampante, dispositivos y regímenes de economía, y también somos objetos de otros sujetos, malestar (mal / estar) e incompletud, eso somos en-desde-por-entre-ante las circunstancias contemporáneas que, como virus, se ha extendido en todo el mundo. Somos la mezcla de huesos.carnes.órganos que no encuentra reposo, extraña lubricidad. Somos sujetos metafísicos al tiempo que sujetos racionales al tiempo que sujetos del inconsciente y del deseo obscuro, trasmutando sin cansancio.
Luego recordé las tardes en el Museo del Cine de Frankfurt Alemania a mediados de los ochenta, en una pequeña sala mirando absorto lo que hizo Fassbinder, atrapado entre las palabras y la expresión de un entorno que había colapsado y que no estaba dispuesto a reconocer su horror. En ese tiempo aún no comprendía el alcance del duelo de Fassbinder, su carga. Solamente intuía una semejanza, un delirio similar al de mis circunstancias, como una historia compartida o como el espejo de un dolor, ese derrumbe de Franz Biberkopf en las quince horas cinematográficas de Berlin Alexanderplatz (desde la novela de Alfred Döblin)
Ayer es hoy, doblez en el tiempo que nunca es lineal sino regreso y adelanto, simultaneidad, despliegue de hendiduras por entre las que podemos acceder momentáneamente al vacío, a la ausencia de lo que se ha ausentado. Todo vuelve como memorias pero también regresa como apetito de algo que siempre es suculento, lo que nos habita, un moustro coptado, atarantado, lo que todos nos decimos y sin embargo llega apenas como un murmullo de estrellas. Es el enigma perenne de la existencia en la forma de narrativas. Para eso hay artes, para nombrar lo que se resiste a ser nombrado, para ver lo que se niega a ser visto.
Nunca se deja de atisbar lo que se ha perseguido siempre, pero no todo es igual. Hay estadíos donde se recibe un fuego intenso que quema las entrañas (un hiatus en dolor), luego hay momentos donde se anhela en solitario inundado de nostalgia y melancolía (un hiatus reflexivo), y después hay instantes en que “eso” se presenta como una urgencia implacable, una energía aplicada a las cosas de la vida, masa y sustancia, trabajo y esfuerzo para tratar de atrapar el humo bailarían con la punta de los dedos. Entonces se hace arte. Pero no siempre sucede.
Gira, regresa, da vuelta, se detiene, se adelanta. Habita en el caos original de los griegos, ese lugar olvidado que existe desde mucho tiempo antes de que los Dioses se sentaran en el Olimpo, y hablaran de las pasiones humanas con las palabras claras, y las leyes para gobernarlos. El caos.
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Three movies, a six hours trilogy (Paradise by Ulrich Seidl) in a quiet afternoon at the Cineteca de Monterrey, Nuevo León: images, narratives, ideas that open my wounds, punctures that have never closed. We are these people and these circumstances, rampant globalization, devices and Economy regimes, so we became objects from other subjects, malaise and incompleteness, in-from-between-to contemporary circumstances, like a viruses that has spread around the world. We are bones.flesh.organs, a restless mixture, a strange lubricity. We are metaphysical subjects while being rational subjects while being unconscious subjets, obscure desire, transmuting tirelessly from one to another.
Then I remembered evenings at the Film Museum in Frankfurt Germany in the mid-eighties, lost looking at what Fassbinder has done, trapped between words and expressions of a context that had collapsed and didn’t want to recognize their horror. At that time I didn’t understand the magnitude of the sorrowing of Fassbinder, I just sensed a similarity to my circumstances, a delirium or a shared history, like a mirror in pain. The collapse of Franz Biberkopf in a fifteen hours movie, Berlin Alexanderplatz (from the novel by Alfred Doblin).
Yesterday is today, folded; time is never linear, it returns and advance, concurrency, deployment of clefts among which we can access (momentarily) emptyness, the absence of what is absent. Everything becomes memories but also returns as an appetite for something that is always succulent, which inhabits us as a tied monster, dazed, what we all say and yet comes only as a murmur of stars. Is the perennial enigma of existence in the form of narratives. That is what arts are for, to name what refuses to be named, to see what refuses to be seen.
We never cease to glimpse at what we always have pursued, but it is not the same all the time. There are stages in where an intense fire that burns the bowels is received by us (a hiatus in pain), then there are times where it floats with nostalgia and melancholy (a thinking hiatus), and then there are moments that “it” is presented to us as a relentless urgency, an energy applied to the things of life, mass and substance, work and effort to try to catch with the tips of our fingers the smoke that dances in the air. Then art becomes art. But it doesn’t always happens.
It spins, returns, stop, advance. It dwells in the original chaos of the Greeks, that existed long before the gods sat on the Olympus and talked about the human passions with clear words and about the laws to govern them. Chaos.