February 4, 2015
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Me gusta este ejercicio de reflexionar acerca de mis actividades cotidianas. Pienso en las tareas del pasado, y también en las que hago por estos días.

Como tal vez puede sucederle a todos, a pesar del recuento de eventos, hay algo que siempre está a la deriva. Hay algo indeterminado que me impide comprender bien a bien de donde sale y a donde se dirige esta energía, o cómo pude alcanzar este momento de mi vida. Y aún cuando me produce angustia en ocasiones, por lo general estoy tranquilo y atento a todo esto, tomo notas, apuntes, esquemas, le doy cabida a todo lo que parece importante.

A diferencia del tiempo objetivo, que es el tiempo lineal-progresivo de los relojes que usamos para medir nuestras jornadas de trabajo, los flujos urbanos y muchísimas otras actividades sociales, el tiempo subjetivo es disperso, nos pertenece de una forma inherente, sincopado, pues se constituye desde la consciencia de la vida propia y de la propia muerte. Este tiempo es un estado mental al que entramos en ciertos momentos, y nos deja la sensación de que no hay un retorno ni hay una verdadera unidad en todo lo que hacemos. Es una temporalidad con su propia continuidad aunque se interrumpe constantemente. Sabemos que la vida es limitada y que la vida es vivir. Es tiempo simultáneo-paralelo al tiempo objetivo, pero existe sin relojes, es individual como el cuerpo, y se expresa desde el cuerpo: latidos del corazón, pensamientos y memoria, ritmos respiratorios, la cadencia al caminar, las entonaciones y las pausas al hablar, la adapatción a las estaciones del año y más. Es el tiempo de la vida de un ser, que es diferente al tiempo de los acontecimentos sociales y culturales acumulados que se sitúan en un horizonte histórico.

Vivimos fragmentados aún cuando tenemos la ilusión de que hay algo que da unidad a todos esos pedazos de experiencias que somos.

El tiempo subjetivo es vasto. Me gusta esta agradable sensación de que me pertenece. Tuve sensaciones parecidas cuando era joven, cuando era estudiante. Y hace dos años, cuando dejé de trabajar como maestro de tiempo completo en la universidad, recuperé su amplitud e intensidad, pero no fue de manera instantánea. Inició titubeante hace ocho años, cuando me inscribí en el doctorado, en Cholula Puebla, en el centro de México. Allá empecé a recordar lo valioso que era escaparse de las rutinas del trabajo y de las complicaciones de una ciudad como Monterrey, urbe industrial de 5 millones de habitantes, frenética e intolerante.

Ahora reparto mi tiempo según tengo humor o necesidad:

– las cosas de la casa donde vivo (alimentos, aseo, jardín, pagos, ejercicio, mascota, etc. )

– el internet (encontrar y archivar textos e imágenes de arte, de las diversas culturas, y del acontecer de mi país; comunicarme por correo o por facebook; dar forma a mis páginas, etc.)

– eventos, conferencias, reuniones

– trabajar en mis archivos de 25 años de producción (organizarlos, digitalizarlos, etc.)  

– distracciones (ir al cine, beber cerveza, inscribirme en cursos de todo tipo, viajar, etc.)

Lo mejor de todo es evitar las rutinas, no sistematizar sino optar por una movilidad intuitiva. Bueno, en lo que se puede, no en todo es posible comportarse así.

La semana pasada fui al cine y pude ver dos películas que me conmovieron. Me gusta ir solo, y que los cines estén vacíos. Vi Birdman de Iñárritu, y The Grand Hotel Budapest de Wes Anderson. Ambas son hermosas obras, las recomiendo. Me cautivaron. Verlas el mismo día fue una buena experiencia. Especialmente Birdman, que explora el retruécano de la subjetividad como una voz interior.

Enmedio de mi tiempo subjetivo y mi dispersión, voy alimentando algunos anhelos para el futuro. Entre ellos por momentos sobresale un anhelo de escribir y publicar uno o dos libros, pero es algo que aún está opaco, que está hecho de bosquejos, apuntes. Otras veces pienso en retomar el dibujo, o trabajar en colectivos. Pero ese momento no ha llegado. Sigo en hiatus, en el reconocimiento de mi subjetividad. Soy un uróboro.

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I like this exercise to think about my daily activities. I think of the things i did in the past, and also the ones I do these days.

Maybe, like it can happen to everyone, and despite counting the events, something is always missing. There is something unknown that keeps me away of understanding where do this energy come from, or where is it going, or how I could reach this point in my life. And even though sometimes I feel anxiety, usually I’m ok about it and ready to take notes, draw sketches or diagrams; I give room to everything that seems important.

Unlike the objetive time, which is the progressive-linear time we use in clocks to measure our workdays, the urban flows and many other social activities, the subjective time is scattered, it belongs to an inherent, syncopated form, as it belongs to the consciousness of one’s life and death itself. This time is a state of mind in which we enter at certain moments, and then we leave that place feeling that there is no return and no real unity in everything we do. It’s a temporality with its own continuity but also constantly interrupted. We know that life is limited and that life is mean to be lived. It is parallel and simultaneous to the objetive time, but there are no clocks. It is individual as the body can be, and it is expressed throughout the body itself: heartbeats, thoughts and memories, breathing rhythms, walking cadence, intonation and pauses to talk, adaptation to the seasons of the year, and more. It’s the particular life of one being, which is different from the time of the accumulated social and cultural events that usually are in a historical horizon.

We live fragmented even when we have the illusion that there is something that gives us unity to all those pieces of experiences we are.

Subjective time is vast. I like the feeling that it belongs to me. I had similar feelings when I was young, when I was a student. And two years ago when I stopped working as a full-time teacher, I regained its breadth and intensity, but not instantly. It began hesitantly eight years ago, when I enrolled in the PhD in Cholula Puebla, in central Mexico. There I began to remember how valuable it was to escape from work routines and complications like the ones I lived in a city like Monterrey, an industrial city of 5 million people, quite frantic and intolerant.

Now I use my time as I feel or need:

– Things in the house (food, cleaning, garden, payments, exercise, pet, etc.)

– The Internet (to find and archive texts and images of art, of different cultures, and of the political events of my country; to communicate by mail or facebook, uploading my pages, etc.)

– Go to events, conferences, meetings

– Work on my files, 25 years of production (organizing, scanning, etc.)

– Entertaining (movies, beer drinking, enrolling in courses of all kind, traveling, etc.)

Best of all is to avoid routines, to choose not to systematize but to allow a intuitive mobility. Well, when that possible is, because it is not always possible.

Last week I went to the movies and saw two films that moved me. I like to go to the movies alone, and when the cinemas are almost empty. I enjoyed Birdman, from Iñárritu, and The Grand Hotel Budapest, from Wes Anderson. Both are beautiful works. I simply recommend them. I saw them on the same day and that was a good experience. Especially Birdman, which explores the pun of subjectivity as an inner voice.

In between of my subjective time and my dispersion, I feed some yearnings for the future. Sometimes among them stands my wish to write and publish a book or two, but it’s something that is still opaque, made only of sketches and notes. And sometimes I think of going back to drawing, or doing collective art. But that time has not arrived. I’m still on hiatus, in recognition of my subjectivity. I am an Uroboro.

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